viernes, mayo 01, 2009

Una entrada del nuevo diario de la peste
Otro día y la "peste" de la influenza sigue, pero su virulencia ataca ahora vía los medios de comunicación y la retórica oficial, convirtiéndose en una segunda peste. Un virus activo que se instala en el lenguaje. La salud nacional consiste en permanecer callados con el rostro cubierto con un cubrebocas, que en realidad es literalmente tapabocas. Nadie salga, nadie hable. Dejen a los políticos y a los doctores hacer lo suyo. Usted, a su casa y no salude a nadie en el trayecto. No hay peligro mayor que la libre asociación. Dos personas que conversan en la banca de un parque son conspiradores en potencia. Y qué decir de aquéllos que se organizan para marchar o manifestarse en cualquier lugar abierto: alborotadores. La salud es un asunto personal, pero la salud pública pertenece a la estrategia política, sin duda. Dos son los argumentos capitales: uno, la posesión de un discurso especializado y avalado por las jerarquías médicas, y dos, el control de los medios de difusión de dicho discurso. Aquí no hay lugar para una segunda opinión porque simplemente no existen otras opiniones. Hay un punto difuso donde la imagen de la “solidaridad” ensombrece cualquier reclamo de libertad. ¡A callarse y colaborar! Cualquier desbordamiento desmantelaría nuestra precaria puesta en escena, nuestra postura de tener el control. Batas limpias y corbatas bien anudadas. Las construcciones sociales más tradiciones se vuelven, por arte de magia, en lugares asépticos: la familia es el mejor refugio contra la enfermedad. El organismo de la parentela es confiable, el de los extraños, un foco de infección. La higiene es un concepto difuso que pasa del aseo a la purificación, de la identidad a la distinción. Los mejores y los buenos son limpios, el resto se oscurece en el reino de la impureza.
El origen de la enfermedad es siempre la alegoría de un comportamiento y de un lenguaje heterodoxos. Algo cambió e hizo un movimiento desconocido, como si escribiera una frase desconcertante. El efecto aparece, entonces, como castigo a la causa. No hay enfermedad sin culpa. Mejor quedarse quieto, sin decir nada, pero con la conciencia tranquila. Y, una vez aceptada esa inmovilidad, será fácil aceptar las denominaciones que dimensionan moral y políticamente a la enfermedad. La “influenza mexicana” la llaman algunos políticos republicanos en Estados Unidos: otro más de los males que vienen del Sur. Y la descripción será siempre similar: un movimiento que viene a perturbar la paz, la tranquilidad, la tradición. ¿Quién pisó el pasto, quién ensució el tapete? Alguien o algo de fuera. ¡Hay que cerrar puertas y ventanas!
La prevención se convierte en la confrontación de imágenes (blanco sobre negro) y en la consagración de oposiciones binarias (bueno sobre malo). En la realidad, cualquiera puede enfermarse; en la retórica oficial, sólo se enferman quienes desobedecen. ¿Cuál de las dos pestes es más letal?