James Boswell y el libro más ambiciosos jamás escrito
El destino suele ser caprichoso con las grandes obras de arte: algunas
son reconocidas y valoradas de inmediato; otras deben transitar por largos y
cruentos purgatorios críticos; y algunas más precisan sobreponerse a la inicial
indiferencia crítica. Existen, sin embargo, obras peculiares que su misma naturaleza
heterodoxa las coloca, desde el momento de su aparición, fuera de cualquier
tipo de clasificación. The life of Samuel
Johnson, escrita por James Boswell y publicada en 1791, es una de ellas. Las
biografías son un género desdichado y poco generoso para quienes las escriben:
la vida del biografiado suele opacar y subordinar la escritura del biógrafo. En
este caso no sucedió así. Y no porque Johnson no fuera un sujeto digno de
estudio, al contrario: su obra es monumental y su legado ha fundado buena parte
de la crítica moderna. Doy un ejemplo de su influencia en nuestros días. No
suelo recurrir mucho a Harold Bloom, pero su lectura de Johnson me
parece iluminadora. Para él: “Johnson nos enseña que la autoridad de la crítica
como género literario depende de la sabiduría del crítico como ser humano y no
en la corrección, o incorrección, de alguna teoría o praxis.” Luego confiesa con sinceridad: “Todos tenemos
un escritor favorito. A medida que me voy haciendo viejo, el mío es Johnson,
igual que el de Johnson era Pope.” Elegir escribir sobre Johnson no fue algo
azaroso, sino el proyecto de toda una vida.
La escritura no es sólo
un esfuerzo por vencer el paso del tiempo, es también una manera de ordenarlo y
darle sentido. Al escribir sobre la vida de alguien, el biografiado vuelve a
nacer en cierto modo: la biografía le otorga nueva significación a su vida. Se
seleccionan ciertos aspectos, se omiten otros. Los aspectos escogidos son
narrados y recreados de manera especial, intensificando el tono y destacando
ciertos elementos peculiares en detrimento de otros. Boswell se convirtió en un
maestro de este proceso. Quiso registrar todo y terminó por crear un pequeño
universo individual. Hay otro dato, no menor, que llama mi atención. Boswell
escoge a un crítico, pero también a un extraordinario biógrafo. Su obra Lives of the English
Poets, publicada en 1781 a petición de varios libreros londinenses,
es una obra maestra del género. ¿Por qué se aventuró Boswell a retratar, a
registrar la vida de Johnson con tal meticulosidad? Escuchemos su respuesta:
“Escribir la vida de quien ha superado a todos los hombres en escribir las
vidas de otros y que, ya consideremos por sus dotes extraordinarias, o sus
diversas obras, ha sido igualado por pocos en cualquier época, es una tarea
ardua y, por lo que a mí respecta, acaso
pueda considerarse presuntuosa.” Debo decir, sin embargo, que no todos opinan
igual. Julien Green, en ese delicioso librito llamado con fortuna Suite
inglesa (a pesar de que en sus páginas se incluye a Nathaniel Hawthorne),
sostiene que la inmortalidad de Johnson debe más a la pluma de Boswell que a su
propio legado. “Resulta pues bastante impresionante –confiesa Green- que un
hombre, que parecía haber nacido sobre todo para decir cosas molestas,
sobreviva en la memoria de sus compatriotas a despecho de lo que debiera según
las apariencias condenarle al olvido.” Al poco tiempo de emitir semejante
juicio, parece reconsiderar, aunque sea sólo por un instante: “Desde luego que
su gloria está bien establecida. Se hablará de Samuel Johnson siempre que se
siga hablando del XVIII inglés. ¿Pero a quién debe esta gloria? Esto es lo más
notable del asunto: al libro de otro.” ¿Será así? La gloria es una meta
confusa, y lo es más para los críticos. Ernst Robert Curtius lamentaba el largo
olvido que padeció el tratado De lo sublime de Longino durante la Edad
Media. Una obra de no ficción requiere a veces el doble de tiempo para ser
valorada. Aventuro una posible explicación para este fenómeno: la vanidad de
los críticos es superior, aunque no lo parezca, a la de los artistas.
Boswell no sólo investigó y fatigó
documentos sobre la vida de su maestro Johnson, sino que lo trató y conversó
con él durante mucho tiempo. La gestación de esta biografía databa de años,
décadas de voluntad férrea. “Como yo tuve el honor y la dicha de disfrutar de
su amistad más de veinte años; como tuve constantemente mi vista ante el
propósito de escribir su vida; cómo él sabía esto perfectamente y de vez en
cuando satisfacía con amabilidad mis curiosidades, relatándome las incidencias
de sus años juveniles; como adquirí cierta facilidad para recordar sus
conversaciones y asiduamente las anotaba, conversaciones cuyo extraordinario
vigor y vivacidad constituían uno de los primeros rasgos de su carácter; y como
no he ahorrado trabajo para reunir materiales r4eferentes a él de todos los
lugares donde descubría que podían encontrarse y he sido favorecido con las más
liberales comunicaciones por parte de sus amigos, me hago la ilusión de que
pocos biógrafos se han dado a una obra semejante con más ventaja que yo,
dejando a un lado los talentos literarios, en los cuales no tengo vanidad
suficiente para compararme con algunos grandes nombres que me han precedido en
esta clase de obras.”
Boswell nos dirá quién fue Johnson.
Pero ¿quién fue él? ¿Es necesario conocer la vida del biógrafo? En este caso:
sí. Boswell nació en Edimburgo en 1740, lo cual nos lleva a afirmar un dato
irrefutable: era escocés, y esa condición fue fundamental para el inicio de su
empresa. Durante buena parte del siglo XIX, Boswell “gozó” fama de estúpido y libertino, se le recordaba
como un parrandero pertinaz que escribió, sin saber muy bien cómo, una gran
obra. Se le tachaba de arribista, de querer figurar en los círculos
intelectuales; corría la leyenda que había perseguido a Rousseau para que le
contara su vida, y de que el ginebrino lo había despachado pronto. El rechazo no lo desanimó, él andaba en pos
de una vida singular que testimoniar, muy pronto habría de encontrarla. El 16
de mayo de 1763 conoció a Samuel Johnson en la librería de un amigo en común de
apellido Davies. Conociendo la aversión
del famoso crítico contra los escoceses, Davies le presentó a Boswell diciendo
que era de Escocia; con timidez el futuro historiador de su vida contestó,
mientras estrechaba su mano, que nada
podía hacer contra ese hecho, a lo que Johnson respondió: “ésa es una cosa
contra la cual tampoco puede nada un gran número de sus compatriotas.” A partir
de ahí nació su amistad.
He aquí su teoría del género.
Boswell estructura su obra con una doble
finalidad: registrar fielmente su propia imagen de Johnson y recuperar el
pasado de su amigo, y al hacerlo, él también se reinventa a sí mismo. Su
escritura le da esa condición y lo convierte en el director de una vida ajena.
El fin último es la posteridad (de ambos). No desea que el recuerdo de este
autor se pierda en el infatigable paso del tiempo. El siglo XVIII representó la
maduración para las letras inglesas, el trabajo crítico de Johnson fue
fundamental para sentar los cimientos de la tradición. Su lectura dimensionó
los logros y alcances de la obra de Shakespeare; estableció la función social
de la poesía, y elevó el rango de la literatura dentro de la jerarquía de los
bienes públicos. La obra de Johnson no tiene desperdicio, y es casi imposible
encontrar autores equivalentes en las otras lenguas europeas de su tiempo. Ante
esa contundencia, sin embargo, falta la confrontación diaria, la vida que rodea
y a veces determina las acciones. No sólo el trabajo de Johnson, sino la vida
de Johnson.
Y Boswell da cuenta de todo, no
escatima pormenores ni minucias frívolas.
Su obra nos informa de la infancia del autor, de la vida de los padres,
de los infortunios de la familia. El padre de Johnson era librero en la
población de Lichfield, hombre inteligente y dado a la melancolía, medio histérico y medio
hipocondriaco. Los libros estuvieron al alcance de la mano del niño Samuel y no hubo orden ni programa en su formación
lectora. De joven asistió a Pembroke Collegue; las crisis financieras del padre
lo obligaron a abandonar la institución (años después volvería a reclamar su
título). A partir de ahí crecerá el estigma de su formación autodidacta. Durante
algún tiempo fue inspector de estudio en Market-Bosworth: desavenencias con el
director del colegio lo obligaron a marcharse, dejándole un recuerdo molesto
del lugar. Desposó a Lucy Porter, a
quién llamaba “Tetty”; y al poco tiempo
fundó una escuela en Lichfield donde enseñaba latín y griego: entre sus
escasos alumnos se encontraba el actor David Garrick. Tras cerrar la escuela
marchó a Londres en busca de reconocimiento. Comenzó a escribir y a buscar
editores. Trabajó en The Gentleman´s
Magazine y pasó algunas penurias. Su poema London (1738) le
dio cierta fama y lo acercó a Pope (su más grande figura tutelar). Sus empeños
eran misceláneos: lo mismo escribía un prólogo que un tratado, podía redactar
de un solo impulso un poema, o dedicar jornadas enteras a la traducción de
algún clásico griego. Su energía era asombrosa, al igual que su vanidad; esa
confianza lo llevó a redactar un
diccionario; obra monumental y desprolija, A Dictionary of the English
Language se publicó en 1755. Las dificultades económicas no lo abandonaron
y durante el resto de su vida Johnson tuvo que sortear toda clase de
dificultades para poder seguir escribiendo. Los ensayos reunidos en The
Rambler y The Idler dan cuenta de la diversidad temática y de su
estilo formal. En 1773 realiza, junto a Boswell, un viaje por las islas
occidentales de Escocia. Ambos escribirían sobre la experiencia. El relato de
Boswell, The Journal of a Tour to the Hebrides (1786), es superior. En 1781 da la prensa su famosa Vida de los
poetas ingleses. Muere en 1784.
A partir de ahí, el resto es obra de Boswell.
El final de The life of Samuel Johnson
es comprensiblemente decepcionante. Una obra
dedicada a la vida no puede dar cuenta
cabal de la muerte. Boswell confiesa: “Tengo la esperanza de no ser acusado de
afectación si declaro que me hallo incapaz de expresar todo lo que sentí con la
pérdida de tal ‘Guía, Filósofo y Amigo’.” Para contrarrestar esa perdida,
escribe su biografía. Su obsesión detona esta pieza maestra del género: no sólo
rescatar la obra, sino la vida, aunque para ello sea preciso recurrir a la
literatura, único lugar donde la muerte puede fracasar. En esta ocasión, la
obra de Boswell venció a la muerte por partida doble, salvando del olvido la
vida de Jonhson y también la de su biógrafo.
(Publicado en la revista Interfolia,
2012)