domingo, febrero 24, 2013

F. Retamar: “El porvenir de nuestras letras está unido al de nuestra América”


/ POR ESPACIO MURENA
En esta entrevista, Roberto Fenández Retamar reflexiona sobre el contexto cultural hispanoamericano del siglo XX.
El destacado ensayista y poeta cubano está visitando nuestro país desde el 25 de abril hasta el 6 de mayo, en ocasión de una serie de actividades que organiza el Espacio Murena: entre ellas, la conferencia “José Lezama Lima y su visión calibanesca de la cultura” que brindará en el Centro Cultural Borges el día jueves 3 de mayo a las 18.30 horas y “Ser latinoamericano y caribeño”, que dictará el día sábado 5 de mayo a las 16.30 horas en la Feria del Libro (Sala Roberto Arlt). Es en este marco que le hemos acercado algunos interrogantes sobre el contexto cultural hispanoamericano del siglo XX que consideramos tienen una fundamental importancia para comprender el presente y pensar el porvenir.
– Estimado Roberto, de alguna manera en los años sesenta y setenta del pasado siglo se hace visible un fuerte vínculo entre literatura, política y emancipación. ¿Cuáles son, a su juicio, las condiciones que lo hacían posible?
Roberto Fernández Retamar: Entiendo que la pregunta se refiere en particular a nuestra América. Y a ella llegó en esas décadas la onda anticolonialista que surgió tras el fin de la llamada Segunda Guerra Mundial y se hizo visible en países como la India, Indonesia, Vietnam, Argelia y varios del África subsahariana. Es dentro de esa onda, de impugnación del colonialismo tradicional y del neocolonialismo, que se inscriben el triunfo en 1959 de la revolución en Cuba y los variados movimientos que ocurrieron en el continente relacionados de alguna manera con ella. El impacto de esos hechos, como no podía menos de ser, repercutió vivamente en nuestra literatura y en otras artes nuestras (el cine o la canción, por ejemplo).
– Usted ha hecho una magnífica reinterpretación del personaje conceptual Caliban. ¿Es posible pensarlo también como figura del “intelectual comprometido” en clave hispanoamericana? ¿Qué vigencia tiene esa noción del intelectual en la actualidad?
RFR: Gracias por su generosa opinión. En mi ensayo “Caliban”, que ya ha cumplido cuarenta años, recordé que ese personaje conceptual puede representar al pueblo, pero que otro personaje conceptual de la pieza de Shakespeare se corresponde con el intelectual: Ariel. Debemos al pensador argentino Aníbal Ponce un notable ensayo sobre el tema: “Ariel o la agonía de una obstinada ilusión”. Ariel aparece como un siervo de Próspero, y debe optar entre mantener esa condición o unirse al esclavo Caliban en la lucha por la liberación. Entiendo que los intelectuales de nuestros días tienen ante sí una disyuntiva similar.
– ¿Cree usted que se ha constituido, durante el siglo XX, una tradición ensayística hispanoamericana? Si es el caso, ¿quiénes serían sus principales referentes hoy?
RFR: A la primera pregunta debo responder afirmativamente. Es más: ya en el siglo XIX, sobre todo a partir del modernismo, hay en nuestra literatura muestras admirables. Ángel Rama, notable ensayista él mismo, llegó a decir que los dos géneros mayores de nuestras letras eran la poesía y el ensayo. Ambos alcanzaron metas mayores a partir del modernismo. Lo ejemplificaron Martí y Darío tanto en la poesía como en el ensayo (aunque no se lo llamara así), y algo más tarde Rodó y Sanín Cano en el ensayo. Entrado el siglo XX, practicaron magistralmente el ensayo autores como Pedro Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, José Carlos Mariátegui, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, José Lezama Lima, Octavio Paz, Cintio Vitier y muchos más. No me es fácil responder la segunda pregunta, pues hacerlo requiere un conocimiento del que carezco. Me parecen notables ensayistas el colombiano William Ospina, los mexicanos Pablo González Casanova, José Emilio Pacheco y Víctor Barrera Enderle, el venezolano Luis Britto García, los argentinos Noé Jitrik, Ricardo Piglia, Atilio Boron y Néstor Kohan, y en mi país son ensayistas de valía Graziella Pogolotti, Leonardo Acosta, Ambrosio y Jorge Fornet.
– Usted ha tenido una relación fluida con la cultura rioplatense, y con la Argentina en particular (a través de algunos de sus referentes como Martínez Estrada o Cortázar). ¿Cuál es su recuerdo de esos vínculos?
RFR: Aunque ya tenía desde antes esa relación (de la que hablé al frente del libro de 1993 Fervor de la Argentina), ella se incrementó considerablemente por mi trabajo en la Casa de las Américas. Y antes de detenerme en los que usted menciona, quiero evocar nombres como los de Paco Urondo, Rodolfo Walsh y Haroldo Conti, hermanos que defendieron nobles causas y tuvieron un fin terrible. A Martínez Estrada lo había leído ya cuando, tras obtener un premio de la Casa de las Américas, vino a Cuba a principios de 1960. Volvió después para trabajar en la Casa, y lo leí y visité mucho. Fue para mí un verdadero maestro, y veo con tristeza (ojalá esté equivocado) que apenas se lo menciona en la Argentina de hoy. A Cortázar lo conocí en 1963, cuando integró por primera vez el jurado del Premio Casa de las Américas. Poco después leí Rayuela, quedé estremecido y le escribí una carta que inició nuestra correspondencia de veinte años, hasta su muerte. Casi la totalidad de las cartas que nos envió a la Casa de las Américas fue publicada en el número que le dedicó tras su muerte nuestra revista. Fue una criatura excepcional, y lo tenemos siempre presente.
– ¿Cuál es su expectativa para el porvenir de la ensayística y las letras hispanoamericanas?
RFR: Creo que ese porvenir está inextricablemente unido al de nuestra América, al de la humanidad en su conjunto. Más de uno ha hablado del pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Los tiempos son arremolinados, bien peligrosos. Nos esperan grandes pruebas, según nos dice la inteligencia. Pero no es dable arriar la esperanza.

miércoles, febrero 20, 2013

Gana con su ensayo prestigioso galardón



Reconoce Casa de las Américas a Víctor Barrera Enderle

Por Andrea Menchaca

Por la trascendencia del libro Lectores Insurgentes: La Formación de la Crítica Literaria  Hispanoamericana (1810-1870), Víctor Barrera Enderle recibió el Premio de Ensayo "Ezequiel Martínez Estrada", que otorga el prestigioso Premio Literario Casa de las Américas.
La Casa de las Américas, prestigioso centro de promoción e investigación en arte y literatura fundado en Cuba, convocó en el 2000 por primera vez, y como parte de su Premio Literario, a tres premios de carácter honorífico: el "José Lezama Lima", de poesía; el "José María Arguedas", de narrativa, y el "Ezequiel Martínez Estrada", de ensayo, que ganó el escritor regiomontano.
Ayer, el escritor recibió un correo en el que Jorge Fornet, director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas en La Habana, le avisó del galardón y le envió el acta del jurado que le otorgó el premio por unanimidad.
El volumen, indica la página oficial de la Casa de las Américas, responde al desafío doble concentrado en una polémica: demostrar la existencia de un pensamiento crítico literario (o varios) en el periodo de las independencias y la formación de las naciones hispanoamericanas.
El escrito es resultado de su tesis doctoral que terminó en el 2005 y que tardó cinco años en reescribir, revisar y darle forma de ensayo.
“Me centro en algunos autores que considero fundamentales como Andrés Bello, José JoaquínFernández de Lizardi e Ignacio Manuel Altamirano, en México; Domingo Faustino Sarmiento y Esteban Echeverría, en Argentina, y José Victoriano Lastarria, de Chile”, indicó el Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Chile.
“Es un tema que a mí me apasiona mucho, la literatura latinoamericana, en especial el pensamiento sobre la literatura que se hace en América Latina”, expresó el ensayista y crítico literario.
“Creo que hay muy buenos críticos, ensayistas y teóricos que generalmente suelen ser silenciados u olvidados por la ‘crítica oficial’; me da gusto que lo empiecen a re-descubrir y sepan que tenemos una muy buena tradición ahí también”.
Barrera Enderle afirmó que este año se hará edición popular en Cuba del libro, y que presentarán los ganadores, aún con fecha por definir.

Periódico El Norte, 2 de febrero de 2013

sábado, febrero 09, 2013

Víctor Barrera Enderle, o el crítico insurgente



Por Sebastián Pineda

Compartiré mis subrayados y anotaciones al margen de Lectores insurgentes. La formación de la crítica literaria hispanoamericana (1810-1870), el libro con el que Víctor Barrera Enderle ha ganado el Premio Honorífico de Ensayo "Ezequiel Martínez Estrada" (Casa de las Américas, 2013). 


En la compleja Hispanoamérica, donde escribimos una misma lengua pero hablamos una docena, hay que mirar con reserva términos como insurgencia y revolución. La avenida más larga de Ciudad de México se llama Insurgentes y el Partido Revolucionario Institucional (PRI) es el que gobierna. Pero tales palabras suenan muy distinto en Colombia (el segundo país más poblado de Hispanoamérica, seguido de Argentina), donde no ha triunfado ninguna revolución y lo insurgente se entiende en su sentido más militar (¿terrorista?), es decir, como levantamiento contra la autoridad que multitud de grupos (llámese guerrilleros, paramilitares o simple insurgencia) esgrimen contra un Estado astutamente débil. Criticar a nuestra insurgencia: he ahí una labor pendiente. Víctor Barrera Enderle, que estudió su doctorado en la Universidad de Chile y que se ha paseado por Suramérica, no parece ignorarlo. 

Lo que él entiende por el adjetivo insurgente también tiene una dimensión políticasin duda, pero mucho más crítica y por lo tanto más auténtica. Ni estatal ni anti-estatal. Tampoco marginada. Por lectores insurgentes Víctor Barrera Enderle se refiere a los intelectuales-creadores, no al simple lector o difusor cultural. Habla de aquellos que tienen como rasgo común “ser modernos a través de nuestra reflexión crítica”. Así, según él, los lectores insurgentes son los críticos-creadores de principios del siglo XIX, los que antes incluso de la insurgencia política se rebelaron contra un orden anacrónico a partir de lo que leían y escribían. 

"Como producto de ese deseo, entiendo los esfuerzos intelectuales de José Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827), de Andrés Bello (1781-1864), de Esteban Echeverría (1776-1827), de José Victoriano Lastarria (1819-1888), de Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888) y de Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893), solo por mencionar los ejemplos más excelsos, las puntas de ese inmenso iceberg que es la producción intelectual hispanoamericana del siglo XIX". (p. 35).


¿En qué medida se levantaron esos lectores insurgentes contra la autoridad? Y ahora bien, ¿contra cuál autoridad? Dos épocas abarca el libro de Barrera Enderle: 1) el de las independencias políticas, que cubre desde los últimos años del siglo XVIII hasta la muerte de Bolívar en 1830; y 2) el que comprende el periodo de la formación y consolidación de los Estados-nacionales, de 1830 a1870. La primera empieza poco antes de las guerras civiles de la Independencia. 

"El intelectual hispanoamericano saltará a la escena pública en el momento en que se hagan evidentes las falencias de la monarquía hispánica y su furioso control sobre la expresión de las ideas heterodoxas […] el intelectual hispanoamericano nacerá como un disidente porque en el mundo colonial no hay espacio para el cuestionamiento social. Las instituciones culturales de mayor importancia (la Iglesia, la Universidad y el Palacio) cumplen una función estática: garantizar, a través de la burocracia y la ortodoxia, la continuidad del orden jerarquizado. En segundo lugar, este “sujeto moderno adelantado” se sabrá subordinado en el ámbito público y cultural. Y en tercera instancia, a lo largo de la administración colonial las élites criollas ilustradas desarrollarán una serie de identidades alternativas (sobre todo en la Nueva España), cuya característica principal será, en casi todas ellas, su anti-hispanidad". (p. 50). 



A cierta conclusión parecido había llegado Gutiérrez Girardot cuando en su ensayo Temas y problemas de una historia social de la la literatura hispanoamericana (1989) señaló cómo dos de los principales intelectuales del continente, Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, contemporáneos de lo que se pregona como "formación nacional", habían concebido sus obras en oposición esa "formación nacional", politizada, de sus repúblicas. Por politizada hay que entender absolutismos velados. Entre 1810 a 1870 dominaba en Hispanoamérica esa clase de absolutismo. Había, por decirlo así, muchas autoridades –no insurgencias– y cada una quería hacerse con el poder total. De hecho, parte de ese absolutismo disfrazado de anarquía podría explicar una de las paradojas más singulares de la historia del mundo occidental, esto es, la desintegración del ex imperio español en una veintena de repúblicas sin más vínculos concretos que una lengua en común. Los países  hispanoamericanos nunca han tenido una moneda ni un pasaporte ni un parlamento: ninguna integración real como lo es la de Estados Unidos de América o la de la Unión Europea. Y siempre ha habido cierto infantilismo y un abuso retórico alarmante cuando los políticos hablan de Latinoamérica y dicen con la mayor sinvergüenza "Nuestra América". Alfonso Reyes lamentó y aclaró muy bien en qué consistía el verdadero latinoamericanismo. 

"Hay que estar a mil leguas de las mecánicas preocupaciones políticas… desatenderse de toda esa andamiada jurídica del panamericanismo, y fundarse sólo en un impulso de colaboración superior que dicta el sentimiento y que la razón corrobora. Porque son una gran mentira todos esos centros de propaganda, todos esos congresos parlantes, todas esas tramas diplomáticas. Porque la fraternidad americana no debe ser más que una realidad espiritual, entendida e impulsada de pocos, y comunicada de ahí a las gentes como una descarga de viento: como un alma". (A. Reyes, "Rodó: una página a mis amigos cubanos", en OC III, FCE, 1996, p. 134). 


Algo parecido les comunica –como un viento de alma– Víctor Barrera Enderle a sus amigos cubanos. Pero también mexicanos o colombianos. Y lo hace al oponerse al falso nacionalismo que reduce todo a "la perspectiva hegemónica del Estado-nación", o a "la lectura republicana sobre la identidad”. (p. 52). En la primera parte de su libro, Víctor  Barrera Enderle critica a Octavio Paz por haber negado toda tradición reflexiva en el siglo XIX y por pensar que solo con él, con Paz, empezaba la modernidad al empezar también la reflexión crítica. A Paz le faltó aplicar lo que él mismo había vislumbrado en El ogro filantrópico, esto es, asumir nuestro pasado para saber hacer su crítica. ¿Desconoció Paz, de un plumazo, a Lizardi, Sarmiento, Bello y Altamirano? Al menos no logró darse cuenta de la otra cara de la moneda. De, como dice Víctor Barrera Enderle en otro de sus libros, "criticar a nuestra crítica". Esa labor pendiente nuestro amigo la apuntó en su tesis doctoral de 2002. Esta vez, con su ensayo ganador, la ha cumplido a plenitud. Enhorabuena. 

Envío memorioso

El domingo 13 de agosto de 2006, buscando en Google, di con la referencia de La mudanza incesante, la tesis doctoral de Víctor Barrera Enderle sobre la teoría literaria de Alfonso Reyes. También di con su e-mail. Le escribí de inmediato. Pensando que mi mensaje lo pillaría en Monterrey, al norte de México y que acaso me contestaría en el transcurso del mes, me sorprendió muchísimo al leer su respuesta seis horas después contándome que estaba en Bogotá y que al otro día, el lunes 14, sería su ponencia en la Biblioteca Luis Ángel Arango. El vago azar o las precisas leyes... Víctor Barrera Enderle, autor también de La amistad literaria, no ignora en absoluto esa secreta red de lectores insurgentes. En él, además, se da como con una especie de simpatía o cortesía que hace que quien lo conozca lo aprecie de inmediato, a juzgar por las impresiones de mi novia de ese momento, Lili Rivera Orjuela y por la de un par de amigos con quienes nos bebimos unas cervezas en Bogotá Beer Company. Gracias a ese encuentro azaroso y preciso del 14 de agosto de 2006, con los escritos de Víctor enfoqué mejor la versión del que sería mi primer libro, La musa crítica. Y en octubre del año siguiente volveríamos a tomarnos otro par de cervezas ya en Monterrey, en el Parque Fundidora, al calor del Forum Universal de las Culturas 2007. Entonces también conocí otro de sus libros, La otra invención (2005). Allí hace un  llamado a elaborar una historiografía literaria con fórmulas caseras, capaz de enfrentarse con las estrategias de poder de nuestros cánones estéticos e ideológicos.   Parte del enfoque de mi "Breve historia de la narrativa colombiana" se la debo a ese llamado. No puedo sino celebrar que Víctor Barrera Enderle haya recibido el Premio de Ensayo Casa de las Américas. Significa un gran impulso para quienes nos dedicamos a esa otra invención: la crítica.