jueves, mayo 22, 2014

El banquete de la barbarie. A propósito de los 80 años del Fondo de Cultura Económica


 
Voy a comenzar dando un salto en la efeméride para aterrizar en lo que considero lo más destacado del acontecimiento que celebramos; es decir, quiero dejar de lado momentáneamente los datos duros, esos que nos dicen  que el Fondo de Cultura Económica nació como un fideicomiso representado por diversas instituciones públicas mexicanas, como el Banco Nacional Urbano, la Secretaría de Hacienda, el Banco de Crédito Agrícola, y otras del mismo tenor, el 3 de septiembre de 1934. De los documentos oficiales, sólo voy a apuntar que  en el estatuto III del contrato se especificaba que el fin de dicho fideicomiso consistía  en “publicar obras de economistas mexicanos y extranjeros y celebrar arreglos con editores y libreros para adquirir de ellos y vender obras sobre problemas económicos cuya difusión se considere útil.”  El último dato que mencionaré al vuelo trata sobre su primera  Junta de Gobierno, la cual quedó compuesta por Manuel Gómez Morín, Gonzalo Robles, Adolfo Prieto, Daniel Cosío Villegas, Eduardo Villaseñor y Emidgio Martínez Adame. Tales son los registros oficiales.

Ahora bien, una lectura más amplia nos llevaría a entender que la creación del Fondo de Cultura Económica fue, a pesar de las intervenciones oficiales y el sesgo político, un desafío al orbe editorial hispánico. Diría más: representó  la desestabilización  de la jerarquía libresca española. A pesar de lo que pudiera creerse, no fue tampoco un acto fortuito o meramente coyuntural, sino la culminación de un largo proyecto que venía gestándose desde la primera década del siglo XX.  En sus Memorias, publicadas en 1976,  Daniel Cosío Villegas, fundador, como recién observamos,  y primer presidente del FCE, confesó que el título de la editorial nació de manera fortuita: “Entonces, yo mismo cometí una serie de disparates traduciendo mal del inglés el nombre mismo de nuestra empresa, que se llamó Fondo de Cultura Económica, porque en inglés se hubiera llamado correctamente Trust Fund for Economic Learning…”

            El anhelo de poseer una editorial enfocada en libros especializados era antiguo: lo encontramos en los “diagnósticos  pesimistas” que, en la víspera del estallido de la Revolución, detonaron  los proyectos y reformas  culturales y educativas del Ateneo de la Juventud, la primera asociación cultural moderna en México.  Detrás de sus conferencias sobre temas griegos, de sus reflexiones sobre literatura moderna, de su rechazo a la instrucción positivista y de sus lecciones sobre crítica filosófica, yacía la queja fundamental: la pobre circulación de ideas y teorías impresas.  Cuatro de sus miembros serían agentes capitales de las reformas educativas en el México postrevolucionario y tendrían que ver directa o indirectamente con el FCE: José Vasconcelos, Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña y Antonio Caso.

            En su Historia de la casa. Fondo de Cultura Económica (1934-1996), Víctor Díaz Arciniega señala como el inicio de la “utopía editorialista” el Congreso Internacional de Estudiantes que se realizó  en México en 1921, cuando José Vasconcelos era el  rector de la Universidad (muy pronto sería el secretario de Educación Pública del gobierno de Álvaro Obregón). La Revolución, en su etapa más violenta,  había terminado y comenzaba ahora el período de “reconstrucción nacional”. El Congreso fue organizado por la Federación de Estudiantes de México, cuyo presidente era Cosío Villegas (contaba entonces 23 años de edad) y el secretario su compinche, Eduardo Villaseñor. En la lista de los asistentes destaca el joven argentino Arnaldo Orfila Reynal, quien llegaría a ser el segundo presidente del FCE. Concuerdo con Díaz Arciniega cuando menciona que el Congreso formó parte del gran renacimiento cultural y educativo que impulsó Vasconcelos, y cuyo fin consistía en crear y al mismo tiempo fortalecer la idea de una identidad nacional y latinoamericana, sustentada en el sueño de unión continental de Bolívar y en las propuestas ensayísticas sobre la condición especial de la región  elaboradas, desde distintas perspectivas, por  José Martí y José Enrique Rodó.

            Tanto Cosío Villegas como Villaseñor pertenecieron a la primera generación de intelectuales surgidos de la renovación educativa recién mencionada. Los dos fueron alumnos del filósofo Antonio Caso (quien los puso en contacto con las propuestas intelectuales del Ateneo de la Juventud) y colaboradores cercanos de Vasconcelos. Cosío, por ejemplo,  realizó la traducción de Las Eneadas de Plotino para la colección de clásicos universales  que, en grandes tirajes populares, el secretario de educación repartió por todo el país como parte de su campaña alfabetizadora. Ambos leyeron con devoción El tema de nuestro tiempo (1923), de José Ortega y Gasset, donde se postula la idea de generación como aspiración vital y forma de distinción. Y, finalmente, este dúo estudiantil presenció y tomó apuntes de las lecciones de largo y vasto aliento continental de Pedro Henríquez Ureña, quien había vuelto a México en 1921 para unirse al proyecto educativo vasconcelista.

            En su famoso ensayo de 1925, “La utopía de América”, Henríquez Ureña describe al que debería ser el nuevo hombre latinoamericano: un especialista en el mundo, pero también y principalmente: un experto  en su propia realidad. Para realizar tal faena, era necesario contar con publicaciones especializadas al alcance de todos, se precisaba poner en circulación, lo dijo más de una vez el intelectual dominicano, un canon propio, esto es,  un repertorio de obras y autores fundamentales para América Latina. Esas demandas fueron escuchadas y en un futuro cercano respondidas con varias de las colecciones editoriales del FCE.

            Conforme avanza la década, las necesidades materiales para completar las reformas modernizadoras se hacían más claras. Se precisaba la especialización y la profesionalización de los estudios humanísticos, incluidos los económicos. Esas urgencias contrastaban con las ambiciones de poder. Para 1929, la división entre las preocupaciones intelectuales y las políticas se hacía más evidente: las primeras buscaban consolidar las instituciones; las segundas: garantizar el poder a un solo grupo. Ese año, la Universidad Nacional de México logra su autonomía; pero también  José   Vasconcelos pierde, tras un fraude evidente, las elecciones presidenciales.

            En 1933, Cosío Villegas y Villaseñor, se reencuentran en México luego de pasar varias temporadas en el extranjero realizando estudios de especialización. Juntos fundan la revista El trimestre económico (antecedente directo del FCE). Un año después, la UNAM, con Gómez Morín como rector,  crea la Escuela Nacional de Economía. Todas las piezas estaban listas para la creación de la editorial. En un primer momento, Cosío Villegas, en un viaje a España, intentó establecer una alianza con la editorial Espasa Calpe con la intención de traducir y publicar obras relacionadas con temas de actualidad económica; pero Ortega y Gasset, consejero de la editorial, la rechazó rotundamente. Vuelvo a las Memorias de Cosío Villegas: “Ortega y Gasset pidió la palabra para oponerse, alegando como única razón  que el día en que los latinoamericanos tuvieran  que ver algo en la actividad  editorial de España, la cultura de España y la de todos los países de habla española ‘se volvería una cena de negros’.”

            Así, sin el tutelaje ni la “bendición” de las editoriales peninsulares, en un acto de “barbarie” y desafío,  nació el Fondo de Cultura Económica en un momento de efervescencia mundial y en un cambio de estafetas en el orden de la producción y distribución de conocimientos, que demandaría una mayor participación de América Latina, como bien lo apuntó en su momento Alfonso Reyes.  Desde entonces (y en crecimiento constante a lo largo de todo el continente), el FCE  ha tenido que sortear los virajes políticos de cada sexenio, las tentaciones de la institucionalización, el peligro de caer en la burocracia, todo ello en un lucha permanente por mantener las preocupaciones intelectuales y culturales a la par de la coyuntura histórica y política.  Hasta ahora ha salido avante…
 
Publicado en el suplemento La Panera, núm. 49